¿Cuántas veces has escuchado a alguien quejarse de una situación pero no hacer nada para remediarla? ¿Cuántas veces te has quejado tú? ¿Sabes por qué pasa eso? Simplemente porque nos da más miedo cambiar que nos molesta soportar una situación incómoda. La rutina es tranquilizadora. Pero, si nos conformamos, olvidamos totalmente los beneficios del cambio, que son muchos.
La rutina es mortal
No soy un gran fan de Paolo Coelho, pero una de sus frases me gusta mucho: “Si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal.” La rutina puede ser cómoda, tranquilizadora, y todo lo que quieras. Pero también es aburrida y puede convertir cosas buenas en algo pesado. Pasa con el amor, con el trabajo, con la comida. Si no haces algunos cambios todo se vuelve insípido.
Aprendes algo
Cuando elijes cambiar, te pones en una situación nueva para ti. Eso te obliga no solo a hacer un esfuerzo, pero también a aprender nuevas cosas. En un entorno nuevo, no tienes todas las respuestas, las tienes que buscar. Eso te hace crecer personalmente.
Cambiar detiene el tiempo
Uno de los peores efectos de la rutina es la sensación del paso del tiempo. Echa por un momento la mirada atrás. ¿Te das cuenta que muchas de las grandes referencias temporales de tu vida son cambios importantes? Cuando estás en un proceso de cambio, tu cerebro es mucho más alerta, precisamente porque tienes que aprender, y parece que los días son más largos. Incluso el tiempo se detiene. Y a medida que vuelves a tener cierta rutina el tiempo vuelve a volar.
Mejoras tu situación
Cuando tomas la iniciativa de cambiar, es porque quieres mejorar tu situación. Claro, te puedes equivocar, pero si lo haces, siempre podrás volver a cambiar, y al final conseguirás estar mucho mejor de lo que estabas antes. Si te quedas en la rutina no mejorarás. Recuerda que Einstein definía la locura como el hecho de esperar resultados diferentes haciendo siempre lo mismo.
Te da perspectiva
Si siempre haces lo mismo, vives en el mismo sitio, estás en el mismo círculo de personas, puede que tengas muy clara tu visión del mundo, pero lo más probable es que esta visión esté muy equivocada. Cambiar te permite ver las cosas bajo otras perspectivas, y eso te enriquece como persona.
Aparecen oportunidades
Cuando cambias, te enfrentas a preguntas, a elecciones. Tienes frente a ti diferentes opciones, y tienes que optar por alguna. Pero este ambiente de incertidumbre también alberga oportunidades. Si te quedas haciendo lo mismo de siempre, no las verás.
Te haces más fuerte
Cambiar refuerza tu personalidad. Te obliga a superar algunos miedos. Cuando haces una cosa, te das cuenta que se podía hacer, y que tus miedos al respecto no eran fundados. Eres más seguro, más fuerte. Si te quedas en la rutina, existe el riesgo que sobrevalores los riesgos y te quedes paralizado por el miedo.
Conoces a otras personas
Cambiar casi siempre implica conocer a otras personas. Sea porque vayas a hacer una actividad nueva, porque vayas a cambiar de trabajo, o simplemente a viajar. Y conocer a otras personas es una de las cosas más enriquecedoras que podamos tener durante nuestra existencia.
Pequeños grandes cambios
Cambiar te hace más flexible, y más propenso a poder cambiar de nuevo. No hace falta que el cambio sea grande. De hecho, muchas veces nos asusta cambiar por eso, porque pensamos que el cambio puede ser demasiado grande y que no sepamos asimilarlo. Y allí va otro consejo: “Nada es especialmente difícil si lo dividimos en tareas pequeñas.” Dicho de otra forma, hacer muchos pequeños cambios equivale a uno grande. Si eres más flexible, podrás cambiar poco a poco para conseguir todo lo que te propongas.
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